viernes, 23 de noviembre de 2007

Que bonito era el cine

El día pasado recordé que el cine puede ser maravilloso al volver a ver Fresas salvajes, de Bergman. Abierta la veda, ayer, cortados los teléfonos, con la única luz de la pantalla y con los auriculares puestos disfruté de El otoño de la familia Kohayagawa, de Yasuhiro Ozu. Claro: estoy hablando de películas de hace unos 50 años.

Fresas salvajes, impresionantes Ingrid Thulin y Victor Sjöström.

No sé cómo será el cine dentro de poco. Lo que está claro es que cuando acabe el terremoto que empezó hace un par de lustros y que no se sabe qué va a dejar en pie, no lo va a conocer ni su madre. Si desaparecen todas las salas de cine o se reservan para el cine-circo que nos viene de Hollywood (y sucedáneos) me dará pena, pero no voy a derramar ni una lágrima (de hecho ya no sé ni qué color tienen, llevo prácticamente una década sin entrar a una sala). Como José Luis Guerin decía hace un par de días respecto a la actual censura comercial "De joven, cuando vivía Franco, me veía obligado a desplazarme con frecuencia a París para ver películas censuradas en España y hoy en día, sigo haciéndolo por los mismos motivos". Así que ¿cines? ¿Para qué? De momento me quedo en mi casa... y con lo que se hizo el siglo pasado tengo para rato.

Las fascinantes Setsuko Hara y Yôko Tsukasa en El otoño de la familia Kohayagawa.