Ayer domingo por la tarde, de rodríguez y con ganas de tomar el aire, a pesar de que las calles estaban todavía mojadas y podía volver a caer algo de agua, pensé que ya llevaba demasiado tiempo sin ir al Castillo, o sea, al monte Urgull y allá fui. Salgo de casa camino hacia Lo Viejo hacia las dos y media, hora de comer. ¿Voy a subir casi en ayunas? Pues no. Paso por el Narrika y me cojo uno de setas-bacon-queso. Subo por el Palomar hasta el Macho. Un descansito y a comer. Un trio de turistas me pide que les saque una foto. Bajo al bar y en la mejor terraza de Donosti, con permiso de Igeldo y del bar de la isla (que, por cierto, son las terrazas más baratas de aquí; que hay que tener huevos para pedir lo que piden en cualquier barucho con mesas fuera por un café o una caña) me tomo un par de cañas con limón en compañía de turistas, gaviotas, gorriones, palomas y algunos otros animalitos.
Resulta que nada más salir de casa salió el sol, y aguantó hasta entrada la tarde. Estaba precioso. La lluvia había limpiado el aire y éste estaba tan transparente que se podían contar los árboles de Peñas y las farolas de Zarauz (bueno, casi). Saqué algunas fotos, pero no. Estas cosas son muy difíciles de fotografiar y claro, no salen. Pero para hacerse uno una idea heme aquí en un autorretrato que me hice con el móvil.
¡Qué cerca está el paraíso!