Hace una semana estaba en Granada. No conocía la ciudad y en mi lista particular estaba entre las primeras para visitar. "Quien no ha visto Graná no ha visto na", "Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada", y otras frases de este tipo poniendola por las nubes, a pesar de mi tendencia a no dejarme llevar por ideas preconcebidas, hacian suponer que iba a ver algo absolutamente sobrenatural.
Mi error, que quizá condicionó toda la visita, fue no darme cuenta de lo que suponía ir a Granada en plena Semana Santa. Si los turistas son odiosos, los de la ciudad con el monumento mas visitado de la península ibérica y en tales fechas, eran de patíbulo. Y ya, desde que se han generalizado de la manera que conocemos las cámaras digitales, que pueden sacar cientos y cientos de fotos sin coste añadido, es muchísimo peor. Nada humano me es ajeno y me apasiona sacar fotos, pero lo de estos es insoportable. Al incivismo de los gritos, la actitud irrespetuosa y el egoísmo manifiesto, se suman una estupidez soberana y sobre todo, una grave "fotopatía" capaz de arruinar su visita y la de los demás.
Así que, Granada es una ciudad llena de cosas valiosas pero eclipsadas por la omnipresente Alhambra; y la Alhambra a su vez es un monumento fabuloso, pero ahogado por la "turistitis"; empezando por las dos horas y media de cola desde las siete de la mañana que hay que hacer si no tienes reserva y quieres ver el Patio de los Leones; siguiendo con el comportamiento ya descrito de esta gente tan entrañable; y acabando con el convencimiento de que lo visto, en estas condiciones, no tiene nada que ver con lo que es en realidad este supuesto escenario de las mil y una noches.
Ciudad bonita sí, pero creo que excesivamente mitificada, está lo suficientemente viva para no parecer de cartón piedra. Lo mejor será volver en otra época a ver si entonces se puede disfrutar de sus bellezas con la única molestia del frío.
Calle Aire en Granada, tan bonita como su nombre.